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Sinopsis

Un país, un experimento político, un ideal, una gran cicatriz a lo largo de la Historia... La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), fundada en 1922, fue un Estado de partido único, el del Partido Comunista. Ninguna otra nación ha infligido tanta destrucción a su propia población en nombre del progreso como esta. El poder corroyó a sus dirigentes.
Hay muchos factores que influyeron en la turbulenta historia de la Unión Soviética, pero la ingobernable inmensidad del país no se puede obviar. Tenía el tamaño de un continente: de Moscú a Vladivostok y de Leningrado a Stalingrado. Lo que podríamos considerar la Rusia europea quedaba empequeñecida por las dimensiones de Siberia. Promulgar cualquier tipo de política requería fuerza.
Figuras extravagantes y polémicas iban y venían, y quienes sostenían este país imposible lo hacían aparentemente por pura voluntad. Stalin, el héroe déspota cuya crueldad no conocía límites que unió a la nación para derrotar a Hitler; Jruschov, el astuto libertario que predicaba la reforma pero permitió la escalada en la carrera armamentística; Brézhnev, ese hombre impenetrable para la vieja guardia que hizo retroceder a la Historia, y por supuesto Gorbachov, que trajo grandes cambios, modernización y distensión, pero vio cómo la Unión Soviética se derrumbaba bajo su mandato.
Durante muchos y dolorosos años, este país inabarcable se encerró en sí mismo; se volvió paranoico, económicamente incierto, represivo, a la vez que proyectaba una vasta sombra por todo el mundo. El siglo XX quedó marcado por sus convulsiones, sus purgas, sus guerras y sus líderes.